La Junta de Castilla y León, con el visto bueno del Ministerio de Agricultura, ha aprobado la aplicación excepcional de bromadiolona durante los primeros meses de 2017 para luchar contra las plagas periódicas de topillo campesino. Parece que esta vez los tratamientos van a ser puntuales y selectivos, aunque en temporadas anteriores se optara por sembrar indiscriminadamente de veneno los campos. Con escasos resultados prácticos y, todo hay que decirlo, importantes secuelas ambientales.
¿La decisión afecta a todos los cultivos? En teoría sólo a aquellos donde los topillos representan un riesgo para la cosecha. ¿Y cuáles son esos cultivos? Pues precisamente los de regadío. Quizá convenga recordar aquí que topillos campesinos ha habido siempre, aunque estaban recluidos en las zonas de montaña. Ha sido la agricultura de regadío la que les ha abierto las puertas antes cerradas de la llanura. Cuando la ancha Castilla se dedicaba al secano no nos enfrentábamos a tales problemas.
Ahora, si lo hemos entendido bien, la bromadiolona sólo se utilizará cuando nos enfrentemos a una auténtica plaga agrícola. Falta por saber cómo se establece dicho escenario y con qué criterios debe aplicarse el potente rodenticida. Llueve sobre mojado y en episodios previos tanto las alarmas como los tratamientos fueron bastante discrecionales. Se diría que los responsables políticos están más preocupados de atender las demandas de los agricultores, aunque sean dudosas, que de enfrentarse con rigor al dilema y poner en cuestión el voto rural. Más les valdría guiarse por criterios científicos, que hoy por hoy son la mejor garantía de equivocarse menos.
La raíz del asunto es que se siga contemplando al veneno como parte de la solución y no como parte del problema. Si el regadío incrementa la renta rural, quizá los topillos sean una consecuencia indeseada y colateral de aplicar esa política agraria y socioeconómica. Para prevenir las plagas hay métodos alternativos, como labrar los campos de alfalfa y favorecer el control biológico mediante pequeñas rapaces, algo que el Grupo de Rehabilitación de la Fauna Autóctona (GREFA) lleva años fomentando en numerosos municipios de Castilla y León. Con el apoyo, por supuesto, de agricultores y alcaldes. También existen ya seguros agrarios que contemplan esta eventualidad, al igual que un pedrisco o una sequía.
Pero, claro, es más fácil y tentador matar moscas a cañonazos. Las plagas de topillo campesino son un problema complejo, en el que intervienen múltiples factores. Los agricultores, sin embargo, exigen soluciones rápidas y sencillas. Pero, como nos hemos cansado de repetir en esta revista, tales soluciones no existen en la naturaleza, ni tampoco en los campos de cultivo.