El año pasado cumplió tres décadas la norma que ha marcado un antes y un después en la conservación de la naturaleza europea: la Directiva de Hábitats. Quienes llevamos ya un tiempo dedicados a informar sobre medio ambiente recordamos el entusiasmo que generó la que en ese momento era la ley más moderna del mundo en su materia, y posiblemente aún lo siga siendo. Aunque es cierto que no ha servido para frenar en seco la pérdida de la biodiversidad europea, su influencia en estos treinta años ha sido decisiva. Pensemos en la principal herramienta proteccionista de la Directiva de Hábitats, ese colosal entramado de áreas protegidas, sin comparación en el resto del planeta, que es la Red Natura 2000, de la que a fecha de hoy el que más y el que menos algo habrá oído hablar. Gracias a ella los europeos hemos podido abordar con muchas más garantías de éxito la protección y conservación de una larguísima nómina de especies y hábitats amenazados. Por poner un ejemplo, la recuperación del lince ibérico, uno de los logros de los que más nos felicitamos ahora los amantes de la naturaleza, habría sido inviable sin las garantías legales, la protección territorial y la financiación comunitaria facilitadas por la Directiva de Hábitats. Beneficios que, por cierto, siguen siendo imprescindibles para salvar a nuestro querido gran gato.
Pero, como cantaba Bob Dylan, the times they are a-changin’ y, para muchos, la Directiva de Hábitats había empezado a quedarse corta ante los dos grandes retos ambientales de nuestro tiempo: el cambio climático y la pérdida global de biodiversidad. Para abordarlos, en junio de 2022 la Comisión Europea propuso una nueva pieza clave en el edificio legislativo comunitario, la Ley de Restauración de la Naturaleza (o reglamento, para ser más precisos). No son pocas las expectativas que acarrea esta futura norma, que no sólo debe contribuir a recuperar la naturaleza dañada en todas las zonas terrestres y marinas europeas, sino también ayudar a alcanzar los objetivos climáticos y de biodiversidad de la UE. España se juega mucho, ya que la restauración de los ecosistemas es fundamental para fortalecer nuestra resiliencia ante los efectos de la crisis climática, a los que nuestro país es especialmente vulnerable. Se entiende por lo tanto que las principales ONG ambientales españolas hayan celebrado por todo lo alto que el pasado 12 de julio el pleno del Parlamento Europeo haya dado su visto bueno, aunque con alguna que otra enmienda, al ansiado reglamento. No ha sido nada fácil y prueba de ello es que la propuesta de Bruselas salió adelante in extremis: 336 votos a favor, 300 en contra y 13 abstenciones.
Conservacionistas y ecologistas critican en voz baja que el texto aprobado no haya sido más ambicioso y es cierto que el primer borrador se vio sometido a bastantes cambios y recortes. Pero la sensación general es de entusiasmo, casi de euforia, ya que queda atrás una tortuosa tramitación que ha sido torpedeada sin contemplaciones por partidos y lobbys aferrados a un modelo de producción y consumo claramente insostenible en nuestros días, también en términos socioeconómicos. Una visión muy cortoplacista y poco atinada la suya, ya que como bien apunta la Fundación Global Nature, los beneficios de la futura Ley de Restauración de la Naturaleza son más que evidentes: apoya una agricultura compatible con la biodiversidad y capaz por ello de generar un mayor valor añadido, así como un sistema de producción de alimentos resiliente frente a cambios en los mercados y eventos climáticos. Además, conllevaría fijación de la población rural, oportunidades de negocio sostenibles y una mayor inversión de la industria agroalimentaria.
A partir de ahora se inicia la fase de negociación de un texto definitivo y de compromiso entre la Comisión Europea, el Parlamento Europeo y los Gobiernos de los Estados miembros, algo que por cierto tendrá lugar durante la presidencia española del Consejo de la UE. La apuesta es ambiciosa y los palos en las ruedas no se han terminado, pero estaremos atentos y ayudaremos en lo que podamos para que esta norma del siglo XXI llegue a buen puerto.