La primera vez que vi a Jesús Garzón fue en una gasolinera de Navalmoral de la Mata, en Cáceres. Corría el mes de mayo de 1983 y allí mismo, junto a la bomba del aire, desplegamos los materiales para confeccionar unas pancartas. Las íbamos a necesitar cuando nos encadenáramos a las encinas centenarias de Fresnedosa, en la zona regable del embalse de Valdecañas. Poco después, parte de aquel comando de Phoracantha ocupó la finca de Cabañeros. Suso ya era un mito por su empeño en evitar que Monfragüe se convirtiera en un monocultivo de eucaliptos.
Años después, cuando le nombraron director general de Medio Ambiente de la Junta de Extremadura, colaboré con el incipiente servicio de publicaciones. También era incipiente el centro de recuperación de fauna de Las Cansinas. De ahí que una buena tarde Suso y yo saliéramos de Mérida con algún animal herido en el maletero del coche. Todo el camino, pero sobre todo a partir de Trujillo, a través de una interminable dehesa. Así que tuve el privilegio de entrar por primera vez en Monfragüe de la mano de Suso Garzón. Luego coincidimos muchas otras veces, casi siempre en festejos relacionados con el paso de los rebaños trashumantes. Pero esa es otra historia.
Como un ganso de Konrad Lorenz, me impregné de su avasalladora personalidad en aquellos primeros encuentros y ya siempre vi a Suso como un ente protector de las encinas y de Monfragüe, de la Extremadura salvaje. El pasado mes de diciembre falleció el que nos parecía indestructible, una fuerza de la naturaleza. Cuando superemos el duelo, nos daremos cuenta del enorme legado que deja a las generaciones venideras.
Rafael Serra, director de Quercus.