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Un Año Polar Internacional calentito

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
A estas alturas del año, los científicos españoles que trabajan en la Antártida ya habrán dado por concluida la campaña 2006-2007 y estarán a punto de regresar a casa. Con la llegada del otoño austral, las condiciones ambientales se vuelven muy duras en aquellas latitudes y, aunque hay bases que permanecen ocupadas durante los doce meses, el trabajo de campo se hace prácticamente imposible durante la larga y gélida noche invernal. En el Ártico ocurre lo contrario, es más, se prevé un verano caluroso que acelere el proceso de deshielo que ha desencadenado el cambio climático. Debido a esta severa alternancia de las estaciones en ambos extremos del mundo, los fastos del Año Polar Internacional se reparten entre 2007 y 2008.

El pasado 1 de marzo, la ministra de Educación y Ciencia, Mercedes Cabrera, presidió el acto de apertura del Año Polar Internacional en el Instituto Geológico y Minero de España, con sede en Madrid. Actualmente, el ministerio que encabeza financia 19 proyectos de investigación en la Antártida, algunos de los cuales han tenido reflejo en las páginas de Quercus, como los relacionados con pingüinos y otras aves marinas. Sin embargo, a partir de ahora los medios de comunicación seguirán más de cerca aquellos que tengan que ver con el estudio del clima y el calentamiento global del planeta. Durante el último medio siglo, miles de científicos han proporcionado una auténtica avalancha de datos que alertan sobre la grave alteración que están provocando en la atmósfera los gases con efecto invernadero. En particular el dióxido de carbono que se emite como residuo al quemar leña y combustibles fósiles, las dos principales fuentes de energía según se pertenezca al tercer o al primer mundo.

Aunque sea un chiste fácil, todo hace pensar que asistiremos a un Año Polar “calentito”. Los pocos países que aún no han firmado el Protocolo de Kioto, encabezados por Estados Unidos, reclaman unas certidumbres que la ciencia, por definición, no puede proporcionarles. Como decía el célebre paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould, las certezas son para los políticos y los sacerdotes, no para los científicos, que trabajan con hipótesis. Precisamente por eso avanzan nuestros conocimientos, porque no son estáticos, sino flexibles, progresivos. Cada nuevo avance se apoya en una imprecisión anterior y hoy caben pocas dudas de que la humanidad ha alterado gravemente el ciclo natural del carbono, poniendo en circulación las enormes reservas que estaban sepultadas en forma de madera, carbón e hidrocarburos desde hace miles o millones de años. Lo que el biólogo australiano Tim Flannery llama muy explícitamente “desenterrar a los muertos” en su brillante libro La amenaza del cambio climático: historia y futuro. Algo que, por supuesto, no está nada bien.

En cualquier caso, ¿por qué concedemos tanta importancia a los polos? Sencillamente, porque lo que ocurre allí se refleja luego en el resto del planeta. Y, como queda de manifiesto en la página web del Comité Español del Año Polar Internacional (www.api-spain.es), es recomendable incrementar las investigaciones científicas en esas regiones extremas para conocer, no sólo los cambios que se están produciendo en la actualidad, sino también los que tuvieron lugar en el pasado, pues de esa manera tendremos una idea más fidedigna de lo que puede depararnos el futuro.

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