Por Joaquín Guerrero, Keiko Nakamura y Ester Ginés
En los más de veinte años que llevamos trabajando en la conservación de la biodiversidad de Aragón, hemos sido testigos de disminuciones y rarefacciones muy importantes en muchas especies, pero ninguna ha sido tan llamativa, catastrófica y espectacular como la acontecida en el Canal Imperial con las náyades de agua dulce. Cuando en el Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Aragón comenzamos a realizar en 2001 los primeros muestreos sistemáticos y rescates de náyades asociados a las obras de mantenimiento de este histórico canal, era fácil encontrar varios cientos de ejemplares vivos en 100 metros lineales. Mayoritariamente pertenecían a la especie Potomida littoralis, la más común de la cuenca del Ebro y de la Península Ibérica, aunque también aparecían ejemplares de Unio mancus, Anodonta anatina y, la joya indiscutible, Margaritifera auricularia (ahora también denominada Pseudunio auricularius). Se calcula que, en los 56 kilómetros de fondos no cementados del Canal Imperial de Aragón, desde Gallur hasta Zaragoza, había una enorme población formada por centenares de miles de náyades.