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Diversiones más o menos reales

Dromedarios de carga en las afueras de Aranjuez (Madrid). Grabado del capitán de infantería Domingo de Aguirre titulado Sitio Real de Aranjuez visto desde el arca de agua junto al camino de Ocaña, 1773.
Dromedarios de carga en las afueras de Aranjuez (Madrid). Grabado del capitán de infantería Domingo de Aguirre titulado Sitio Real de Aranjuez visto desde el arca de agua junto al camino de Ocaña, 1773.

Por Carlos de Aguilera

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Las relaciones de los hombres con los animales no han cambiado gran cosa a lo largo de la historia e incluso todavía perduran formas ancestrales enraizadas en la mera subsistencia, aunque parecen ir perdiendo su sentido en las sociedades modernas.
El encuentro del hombre con el animal sigue unas pautas de comportamiento que han variado muy poco desde el Neolítico hasta la actualidad. Dejando a un lado el binomio defensa-alimento que tanto ocupó a nuestros antepasados, en cuanto nos preocupamos –por afición o por conocimiento– de saber cómo nos hemos portado con los irracionales nos encontramos con una variedad que ha conjugado de forma absolutamente distinta la forma de dicho encuentro a través de las épocas y las situaciones. Sobre todo en la relación que implica mayor o menor cercanía, más aprovechamiento o más desconocimiento, o incluso mayor o menor interés, el cual sería una osadía titularlo como científico salvo en muy raras excepciones. El hombre adoptó al animal como tótem, como deidad o como adversario. Pero en cada una de las evoluciones de su historia dejó una impronta diferente. Algunos de esos modos de comportamiento persisten en la actualidad: la ganadería productiva, la explotación, el ocio e incluso el lujo.

Dos de estos modos se estudian con cierto detenimiento, pues si uno es universal –la caza– el otro –la tauromaquia– obedece a algo que podríamos llamar lujo. Decía Félix Rodríguez de la Fuente en una amigable charla que tuvimos días antes de su último viaje, que deseaba descansar una temporada para dedicarse precisamente al toro de lidia, ya que al considerarlo “producto acabado”, cuya evolución creía prácticamente amortizada, la singularidad de su empleo como elemento de uso y consumo festivo le llamaba la atención.

Hablábamos de la diversidad del trato dado al toro de lidia y surgía siempre la comparación con el otro tipo de uso del animal, la caza. Y surgía la dicotomía entre uno y otro ejercicio, sobre todo en lo relativo a la práctica de ambos por las personas a las que se suponía que no lo necesitaban para su alimentación. He encontrado entre mis libros una curiosa historia –o serie de relatos– que se refiere al trato que se daba a la fauna en la familia real española hace más de doscientos años.
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