Hace pocas semanas nos quedamos acalambrados al saber que toda aquella pequeña fauna de saltamontes, grillos y chicharras, fieles acompañantes de nuestras andanzas campestres, está sumida en su propia primavera silenciosa. En efecto, un informe de la Comisión Europea ha sacudido de golpe nuestras ensoñaciones de un pasado más bucólico para colocarnos frente a la cruda realidad: una cuarta parte de las especies que componen la fauna europea de ortópteros está amenazada a causa de la intensificación de la agricultura. Una alerta que nos confirma esa sensación compartida por muchos otros colegas de que, en algún fatídico momento, ese bullicioso y omnipresente cortejo de invertebrados había dejado de saltar y cantar a nuestro alrededor.
Ni que decir tiene que los ortópteros vienen a ser como un maná para multitud de aves y otros pequeños depredadores vinculados a los ecosistemas agrarios, quienes tampoco pasan por su mejor momento. No es casualidad que primillas y sisones, por poner dos ejemplos bien conocidos por los lectores de Quercus, anden también de capa caída.
En estas mismas fechas primaverales, nuestro amigo Fernando Jubete y su Asociación de Naturalistas Palentinos nos han informado de que están escandalizados por las quemas a gran escala que se están produciendo en los campos de su provincia. Según nuestros informantes, lo que empezó siendo una actuación bajo control para luchar contra la plaga de topillo campesino, ha terminado con miles de kilómetros lineales de cunetas, lindes, ribazos y sotos arrasados por el fuego. Ni siquiera se han librado algunos paraísos ribereños como los del histórico Canal de Castilla, donde se han calcinado choperas, formaciones arbustivas, herbazales e incluso vegetación palustre. Se ha desatado una especie de locura colectiva por ver quien quema más y mejor, sea o no superficie agrícola. Por ejemplo, se ha abrasado la vegetación que rodea a un humedal tan carismático como la laguna de La Nava, donde crían garzas imperiales y aguiluchos laguneros, ya con nidos a estas alturas del año. Con los desvelos que le costó al bueno de Fernando recuperar al menos una parte de aquel antiguo Mar de Campos.
En el fondo, sigue sin entenderse que la mejor noticia para una agricultura con futuro sería precisamente que se mantuviera la biodiversidad. ¿Quién propuso que, para acabar con el azote del topillo, debían quemarse justo aquellas zonas donde viven sus más acérrimos enemigos? ¿No ve el agricultor que aguiluchos, lechuzas campestres, lagartos ocelados, culebras bastardas y comadrejas son sus mejores aliados en la lucha contra las plagas? No, no lo ve. En los bares de centenares de pueblos, cuando la tertulia termina a voces, aparecen como por ensalmo las soluciones milagrosas: el fuego, la escopeta, el veneno. La salida más sencilla, sí, pero también la menos eficaz. La mayoría de estas decisiones tomadas a la tremenda son meros desahogos.
En los próximos días se presenta una buena ocasión para poner algo de cordura en este violento apocalipsis. Cualquier ciudadano europeo puede participar, hasta el próximo 2 de mayo, en una consulta pública sobre el futuro de la agricultura que las autoridades de Bruselas han abierto dentro de la actual reforma de la PAC. Una alianza de ONG ha lanzado la campaña Living Land (Campo Vivo) para que durante este proceso consultivo la apuesta por una agricultura respetuosa con el agua, el suelo y la biodiversidad tenga el apoyo necesario. Desde Quercus os animamos a participar a través de la web www.living-land.org/spanish. A ver si así el debate se serena un poco.