Tras la primera y abrumadora capa de información que recibimos a diario, parece que cobran importancia dos asuntos de honda trascendencia ambiental: la gripe aviar y la peste porcina africana. Dos infecciones víricas muy contagiosas que afectan por igual a animales silvestres y domésticos. Son bien conocidas sus consecuencias para la fauna y sobre todo para la producción animal, para esas granjas avícolas y porcinas donde el hacinamiento favorece la transmisión de patógenos y la única forma de atajarla es mediante sacrificios masivos. En tales casos las pérdidas económicas son siempre muy cuantiosas. Lo que ya no resulta tan fácil de evaluar es su impacto en las poblaciones silvestres, en los ecosistemas, en todo aquello que queda fuera del mercado.
Los recientes casos de peste porcina que se han detectado en los jabalíes de Collserola, una sierra casi inmediata a la ciudad de Barcelona, han hecho saltar todas las alarmas. No en vano, la mayor densidad de granjas intensivas de porcino se localiza en la vecina provincia de Lérida. También conviene recordar que la peste porcina africana se consideraba erradicada de España desde hace más de treinta años y que las consecuencias económicas de semejante cambio de escenario son colosales. Al cierre de este número de Quercus no se sabía cuál era el origen del brote, pero las sospechas recaían en el centro de investigación IRTA-CReSA, cercano a la zona en la que aparecieron los primeros jabalíes infectados y donde se estaba experimentando precisamente con cepas de ese virus. Sus responsables, no obstante, niegan fallos en el sistema de bioseguridad. Por otro lado, sólo una epizootia de estas dimensiones podría limitar la actual proliferación de jabalíes y algunas de sus secuelas, como daños en los cultivos y accidentes de tráfico.
La gripe aviar ha vuelto a colarse en los informativos a raíz de un número alarmante de cigüeñas muertas detectado en los alrededores, esta vez, de Madrid. El foco principal se localizó en Getafe, a orillas del río Manzanares, pero los análisis realizados en el Laboratorio Central de Veterinaria señalaron otras tres localidades con el mismo problema: Boadilla del Monte, Arganda del Rey y Rivas-Vaciamadrid. La Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) se ha apresurado a destacar que, entre agosto y noviembre del año pasado, periodo en el que arriban las aves invernantes, se han confirmado al menos 105 focos de gripe aviar, con un mínimo de 2.000 aves afectadas, pertenecientes a 25 especies. Sin contar los 14 focos registrados en explotaciones avícolas que han requerido el sacrificio de dos millones y medio de aves de corral. También han aparecido casos similares en Extremadura, Galicia y, ya fuera de nuestras fronteras, Alemania y Francia. Para remate, a mediados del pasado mes de diciembre una nota del Instituto Español de Oceanografía (IEO) alertaba sobre el riesgo que representa la transmisión de la cepa H5N1 de gripe aviar, altamente patógena, a las ballenas y otros cetáceos, principalmente a delfines y marsopas. Ya hay casos conocidos en aguas europeas, árticas y americanas.
En vista del cariz que está tomando el asunto es inevitable recordar el concepto de One Health acuñado por el veterinario estadounidense Calvin Schwabe en fecha tan temprana como 1964. Ya entonces proponía un enfoque holístico, global, en el que la salud humana formara una amalgama indisociable de la salud animal y la salud ambiental. Nunca hemos sido compartimentos estancos, ajenos a lo que ocurre en la biosfera, y mucho menos ahora.