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Junio - 2020    9 de mayo de 2025

Editorial

Después de años de lucha en los tribunales, parece que por fin se ha cerrado el caso de San Glorio, tantas veces abordado en las páginas de Quercus. En una sentencia notificada el pasado 18 de marzo, el Tribunal Constitucional ha considerado nula la ley que en 2010 modificó el PORN del Parque Natural de la Montaña Palentina. Los cambios introducidos pretendían dotar de legalidad a un proyecto faraónico e incompatible con sus valores naturales. La empresa Tres Provincias planeaba construir una estación de esquí con más 50 kilómetros de pistas y 20 remontes mecánicos, capaces de transportar hasta 27.900 personas en una hora. Además de todas las infraestructuras y los servicios que acompañan a unas instalaciones de este tipo.
El 17 al 19 de abril Quercus monta su caseta en la Doñana Birdfair, que ocupa esos días parte de La Dehesa de Abajo, una reserva natural incluida en el municipio de La Puebla del Río, en la provincia de Sevilla. La Dehesa de Abajo es uno de los lugares más agradecidos de ese otro Doñana, grande y desconocido, que se extiende por el amplio colchón de arrozal, pinar y campiña que abraza al núcleo marismeño. Allá vamos con nuestro cuaderno 350 de Quercus, arropados también nosotros por esa mística de los números redondos a la que alude Santos Casado en su tribuna de este mes para Natural Historia.
Ha pasado ya más de una década desde que la avalancha de normativa sobre sanidad animal, para atajar la crisis de las vacas locas, privó a las rapaces necrófagas de una fuente de alimentación decisiva. Es decir, del ganado que se abandonaba muerto en el campo o era arrojado a los muladares tradicionales. Luego fueron precisos años de negociaciones orientadas por científicos y conservacionistas para que la obligación legal de retirar y eliminar las reses muertas se fuese relajando. Con las necesarias garantías sanitarias, se ha ido abriendo poco a poco la mano: primero mediante puntos de alimentación artificial para las aves carroñeras y, más tarde, autorizando que en determinadas zonas los restos ganaderos quedasen abandonados como ocurría antaño, sin tener que destruirlos o depositarlos en plantas de tratamiento.
Nadie recuerda un año tan negro para el lince como el que acabamos de despedir: nada menos que 28 muertes, 21 de ellas por atropello. Muchos han caído en unos pocos tramos de asfalto perfectamente localizados, cuyo efecto letal podría ser desactivado –en todos ellos– por menos de lo que cuesta un kilómetro de autopista. ¿A qué esperan el Ministerio de Fomento y las comunidades autónomas linceras para ponerse manos a la obra?

Algunos de esos puntos negros han aparecido en carreteras donde hasta hace poco era impensable ver linces, como la Autovía de Andalucía. La lectura optimista es que su área de distribución aumenta, fruto de las reintroducciones y demás medidas para favorecer a la especie que se han venido aplicando en estos últimos años. Pero también es cierto que los linces se están viendo obligados a moverse más, con el riesgo añadido de ser atropellados, empujados por la necesidad de conseguir unas presas que escasean ante el nuevo brote de la enfermedad hemorrágica del conejo, devastador en zonas como Andújar-Cardeña.
En nuestro mundillo, bastaba con Ladis. No necesitaba de mayores presentaciones. Ladislao Martínez era un auténtico baluarte en una materia tan difícil como la política energética, que a todos incumbe pero muy pocos dominan. Había que tener sólidos conocimientos técnicos, estar al corriente de las compañías eléctricas y sus estrategias comerciales, meterse a fondo en los vericuetos de la Administración, manejar cifras y documentos clave… Unos documentos indigeribles, dicho sea de paso, que Ladis se despachaba con una abnegación rayana en el martirio. Por eso era el mejor formado e informado, por eso era demoledor en los debates. Incluso sus adversarios reconocían que era prácticamente imbatible. Además tenía una argumentación irreprochable, muy convincente, depurada en un sinfín de reuniones y asambleas. Pero, sobre todo, como confesaba a sus compañeros de mayor confianza, era tan arrollador porque sabía que, en el fondo, tenía razón. Ni más, ni menos. ¿Cuántos ingenieros y politicastros sucumbieron a su sereno vapuleo dialéctico? ¿Cuántas audiencias no cambiaron de bando después de oírle? Era una garantía, una apuesta segura: si participaba Ladis, ganábamos por goleada.
Más vale reconocerlo desde el principio: no podemos ser objetivos. Tampoco es obligatorio en un artículo editorial, donde lo que se vierte es precisamente la opinión de la revista, pero nos pasa siempre que rendimos homenaje a personas, organizaciones e instituciones que nos resultan próximas. En esta ocasión se trata de la Sociedad Española de Ornitología, que ha cumplido 60 años –¡se dice pronto!– en 2014. Lo mismo nos pasó con la Estación Biológica de Doñana el pasado mes de septiembre, con motivo de su quincuagésimo aniversario. Cifras que empiezan a ser, más que respetables, históricas.
A finales de septiembre, dos miembros de la redacción de Quercus acudieron al delta del Ebro, con el tenderete a cuestas, para participar en el Delta Birding Festival, organizado por Oryx, la Fundació Catalunya La Pedrera y el Institut Català d’Ornitologia. Dentro de las actividades paralelas hubo un recorrido ornitológico por varios de los mejores enclaves para observar aves. Entre ellos, la finca de L’Alfacada, que pertenece a una de las entidades organizadoras, la Fundació Catalunya La Pedrera, antes conocida como Territori y Paisatje. ¿Toda la finca? No: un pequeño reducto permanece en manos de su anterior dueño, un empresario italiano que organiza allí cacerías y francachelas. Dos semanas después de nuestro paso por la finca, el primer día hábil de caza en el delta del Ebro, fueron abatidas en L’Alfacada dos aves que no figuran entre las especies cinegéticas: un tarro blanco y un águila pescadora. Evidentemente, los delitos, pues de eso se trata, fueron cometidos en la pequeña parte que sigue siendo propiedad de un particular.
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Vamos a la playa

En las costas gallegas aún se conservan algunas playas “de libro”, de esas que las urbanizaciones se han encargado de destrozar a lo largo de la fachada mediterránea. Más o menos, se ajustan al siguiente esquema: un humedal hacia el lado de tierra, una barrera de dunas intermedia y, finalmente, la playa. Vistas desde un altozano, son todo un ejemplo de dinámica litoral, un mundo cambiante y lleno de vida. Las playas del mediterráneo, salvo rarísimas excepciones, solamente conservan esta última franja y ni siquiera completa, pues las dos anteriores son las que se han visto usurpadas por el entramado urbano. Evidentemente, el acceso a las playas gallegas no es cómodo. Hace falta caminar una cierta distancia –a menudo cargados– y a veces incluso vadear a pie enjuto la zona que se inunda con las mareas vivas. Escollos menores que nunca han disuadido a los verdaderos amantes de la playa, pero que actúan como un freno para indecisos y domingueros.

El naufragio del Prestige, hace ya siete años, tuvo muchas consecuencias indeseadas, entre ellas un improvisado acceso a playas y escolleras para facilitar su limpieza. Buena parte de esas infraestructuras de emergencia se han consolidado después con fines turísticos. Y, lo que es peor, la actual crisis económica tiene visos de convertirse en una segunda marea negra. A mediados de noviembre, el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino adjudicó 261.219 euros a, literalmente, “el proyecto de recuperación de la servidumbre de tránsito peatonal en el litoral de Carnota”, que traducido al román paladino significa construir nuevos accesos en una de esas soberbias playas gallegas. No son los primeros. Precisamente con cargo a las compensaciones del Prestige, ya se han venido ampliado aparcamientos y levantado pasarelas para facilitar la entrada a las playas de Carnota. Ahora, el famoso Plan E (Plan Español para el Estímulo de la Economía y el Empleo) vuelve a la carga y trata de compensar las pérdidas económicas con pérdidas ambientales. Lo más curioso del asunto es que todo se hace precisamente con el propósito de favorecer “la regeneración de la franja litoral”.

Cualquiera que conozca aquella zona sabe de sobra que la franja litoral no necesita regeneraciones si se mantiene un turismo tradicional de muy baja intensidad, como hasta ahora. También habrá podido comprobar que el pisoteo que se evita con las pasarelas no compensa la creciente avalancha de público y la aparición de especímenes antes desconocidos como la moto acuática y el kite-surf. Lo siguiente será el paseo marítimo y el chiringuito playero. La sensación es que estas bellísimas y muy poco frecuentadas playas gallegas han iniciado un camino, quizá sin retorno, hacia la banalización mediterránea. Sólo queda confiar en el efecto disuasorio de otros factores locales: la lluvia, el ventarrón y la baja temperatura de las aguas de baño.

Ahora bien, ¿no hay otra forma de reactivar la economía y favorecer el empleo que dilapidando capital natural? La receta se antoja rancia para el siglo XXI y, dadas las circunstancias, más valdría que se concedieran esas ayudas a fondo perdido. Así, mientras no florezcan ideas más sensatas en nuestros responsables políticos, al menos no desnudaremos un santo para vestir a otro.

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Exóticas e invasoras

De los muchos problemas ambientales que han venido a confluir en nuestra época, quizá el menos evidente sea el causado por el trasiego de especies exóticas. De hecho, es comprensible que la sociedad no llegue a percibirlo en toda su gravedad. Si algún animalito, sobre todo si resulta simpático, ha logrado “aclimatarse” lejos de su área de distribución original, ¿por qué esa saña en erradicarlo? Sin embargo, en cualquier informe o estrategia sobre el cambio global figura el impacto que causan en otros ecosistemas las especies exóticas e invasoras. En Quercus hemos publicado muchísimos ejemplos, así que no merece la pena extenderse en demostrarlo.

Es más, la actual Ley del Patrimonio Natural y la Biodiversidad contempla la elaboración de un Catálogo español de especies exóticas invasoras como herramienta estratégica para prevenir y mitigar sus efectos perniciosos. Dicho catálogo se encuentra actualmente en una fase avanzada de ejecución a cargo de especialistas del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, de ahí la importancia de que se haga con todas las garantías y de que prevalezcan los criterios científicos. El asunto es delicado, pues las especies allí recogidas pasarán a formar una lista negra contra la que redoblar los esfuerzos de control y erradicación. Por ejemplo, si se incluyera al visón americano, como parece de rigor, podría darse la paradoja de que cualquier artículo hecho con su piel se convirtiera en ilegal. Es muy difícil legislar en abstracto y respecto a un abanico tan amplio de organismos, que incluye desde algas microscópicas hasta grandes vertebrados.

Por eso la principal conclusión extraída de un reciente congreso es que se cuente con la colaboración de expertos en la materia para debatir y elaborar el mejor catálogo posible. El tercer Congreso Nacional sobre Especies Exóticas Invasoras tuvo lugar el pasado mes de noviembre en Zaragoza, organizado por el Grupo Especialista en Invasiones Biológicas y el Colegio Profesional de Biólogos de Aragón. Los más de doscientos expertos allí reunidos acordaron, tras cuatro días de intenso debate, “crear una plataforma de trabajo multidisciplinar, abierta y participativa, que se ofrece como interlocutor directo con el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino para elaborar el Catálogo español de especies exóticas invasoras”. En estos momentos, previos al catálogo y al desarrollo normativo subsiguiente, la generosa oferta de colaboración se perfila, no sólo como algo muy a tener en cuenta, sino como un refuerzo ineludible. Nadie duda de la capacidad profesional de los técnicos ministeriales, que no pudieron asistir al congreso, pero ¿cómo rechazar una oferta de colaboración tan generosa, a cargo de doscientos científicos que trabajan activamente en estos temas dentro de nuestro país? Veremos ahora si cuaja o no esta nueva oportunidad para la participación social en materia tan sensible.

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Triunfo en Copenhague

Como todo el mundo sabe, la tan esperada cumbre sobre el cambio climático celebrada en Copenhague el pasado mes de diciembre se ha saldado con un estrepitoso fracaso. Se veía venir. Es lo que pasa cuando se reúnen personas que no tienen ningún interés en resolver el asunto que les ha convocado. Luchar contra el cambio climático supone cuestionar el actual modelo de desarrollo y, claro, eso sí que no. Además, a esa desgana inicial hay que añadir otras cuestiones bien conocidas y de peso decisivo en los resultados. Por ejemplo, la escandalosa connivencia entre los dos países más contaminantes del mundo, Estados Unidos y China, obligados a ir de la mano en este y en otros muchos asuntos. Entre otras razones, porque Estados Unidos es un país muy endeudado y China su banquero. Así las cosas, el desenlace estaba cantado.

Una vez más, las triunfadoras han sido las organizaciones no gubernamentales, que han dado todo un ejemplo de solidaridad planetaria, capacidad movilizadora y sentido cívico. Correspondido de forma bastante grosera por los organizadores de la cumbre y las autoridades danesas. Era tanto el contraste entre lo que pasaba dentro y fuera del Bella Center que a los delegados debería caérsele la cara de vergüenza. Pero, si alguien ha salido triunfante de Copenhague, ese ha sido Juan López de Uralde, Juancho, el director ejecutivo de Greenpeace España. Por más que haya sufrido en sus propias carnes el rigor carcelario de ese modelo de tolerancia que parecía Dinamarca. Los activistas de Greenpeace, con Juancho a la cabeza, que lograron colarse en la cena de gala que servía de colofón a la pantomima de la cumbre enarbolaron unas pancartas que resumían la frustración de millones de personas: menos palabrería hueca y más hechos. Ellos serán la imagen de esta cumbre fallida en archivos y hemerotecas.

Ahora todo ha quedado aplazado, una vez más, hasta la nueva reunión prevista para finales de año en México. Otra cita costosísima –en todos los sentidos– que, visto lo visto, tiene toda la pinta de convertirse en un segundo fiasco. Y, mientras tanto, el reloj sigue corriendo. Los gases con efecto invernadero se acumulan en la atmósfera y el delicado equilibrio del clima mundial, tal y como lo conocemos, seguirá pendiente de unas medidas que nunca llegan.

Tras considerar el problema globalmente, en este número de Quercus nos ocupamos de divulgar sus efectos a escala local. Ahí están, por ejemplo, los altibajos que se han detectado en las poblaciones de aves comunes en Cataluña, con un creciente predominio de las especies de ambientes cálidos y una progresiva retirada de las de climas más fríos. O las mayores distancias que están obligadas a cubrir algunas aves migratorias europeas. En agosto de 2009, una brusca subida de la temperatura del agua causó una alta mortandad de equinodermos en las costas de Granada. Por no hablar del incierto futuro del topo ibérico, una especie endémica de nuestra fauna, que puede utilizarse como testigo, no ya del cambio climático, sino del cambio global.

Minucias, sí. Pero también síntomas inequívocos de que vamos por mal camino. Aplazar una y otra vez las decisiones incómodas pero necesarias es una actitud irresponsable, por no decir infantil. Pero nuestros dirigentes están muy lejos de la madurez en materia ambiental.

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