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Junio - 2020    27 de julio de 2024

Editorial

Con lo difícil que resulta declarar un solo parque nacional, parece mentira que los europeos nos pusiéramos de acuerdo hace 25 años para crear el mayor entramado planetario de espacios protegidos: la Red Natura 2000. Hoy cubre el 18% de la Unión Europea, es decir, más de un millón de kilómetros cuadrados, y también alrededor del 6% de sus mares. Tras unos meses de preocupación e incertidumbre, a mediados de diciembre asistimos a otro hito de la política ambiental: el reciente visto bueno de la Comisión Europea a mantener sin retoques las directivas de Aves y de Hábitats, las dos leyes que protegen la naturaleza y otorgan legitimidad jurídica a la Red Natura 2000.

Con este ejemplar que tenéis en las manos, la revista Quercus cumple 35 años de andadura editorial. Fue en diciembre de 1981 cuando aquella lechuza pionera, con un ratoncillo en el pico, se asomó por primera vez a los quioscos de toda España. Hoy seguramente se habría convertido en un fenómeno viral. Dentro de un orden, pero viral. La verdad es que 35 años apenas son nada para los plazos que acostumbra a manejar la naturaleza, pero resultan bastantes si se consideran desde una perspectiva humana. Y muchísimos cuando se trata de una revista impresa que aún colea en un entorno crecientemente digital. La propia lechuza del primer número de Quercus puede ayudarnos a calibrar los cambios.

Parece mentira cómo pasa el tiempo. En este mes de noviembre, dos organizaciones bien conocidas por los lectores de Quercus celebran sus respectivos aniversarios. La Sociedad Española para la Conservación y Estudio de los Mamíferos (SECEM) cumple 25 años. Que no son nada… Comparados con los 40 de las distintas formaciones que desembocaron finalmente en Ecologistas en Acción. Cambió el nombre, sí, pero siguieron muchos de sus militantes y, sobre todo, mantuvo el compromiso de buscar fórmulas novedosas para armonizar la evolución cultural humana con el resto de la biosfera (dicho así, no parece haber objetivo más ambicioso). Primero fue la histórica Asociación de Estudios y Protección de la Naturaleza (Aepden) y luego la Asociación Ecologista de Defensa de la Naturaleza (Aedenat). A las que se unieron después muchos otros colectivos hasta formar una de las cinco grandes ONG ambientales de la actualidad en nuestro país. Aquella sede compartida de Madrid, en el número 13 de la calle Campomanes, debería conservarse como un museo de los primeros pasos del ecologismo en la España de la transición. Una puerta, por cierto, que también se abrió de forma decisiva para la revista Quercus.

Casualidad o no, hace años empezamos a sospechar que, cuando aparecían en Quercus noticias sobre aves electrocutadas, a veces tenían como consecuencia el arreglo del tendido en cuestión. Desde entonces publicamos todas las informaciones que nos llegan sobre ese tipo de accidentes, mejor aún si vienen acompañadas de sus correspondientes fotografías, para que quede bien claro en qué línea eléctrica hay que actuar. Esta pauta es ilustrativa de que nuestra labor no se reduce simplemente a informar: también queremos –o al menos lo intentamos– que el lector nos vea involucrados activamente en la defensa de la biodiversidad, que perciba que la revista no sólo le pone al día sino que también predica con el ejemplo. Implicarse en la causa conservacionista ha sido un rasgo de Quercus desde sus inicios hace ahora 35 años y por eso formamos parte de la Plataforma SOS Tendidos Eléctricos, que empezó a gestarse hace algunos meses y sobre cuyo lanzamiento oficial informamos en la página 67 de esta revista.

La población mundial de la especie humana ha pasado de tener unos 1.000 millones en el año 1800 a superar los 6.000 millones en el año 2000. ¡Un subidón de 5.000 millones en 200 años! En otras palabras, un crecimiento exponencial. Thomas Malthus publicó su Ensayo sobre el principio de población precisamente en 1798 y ya puso el acento en el grave problema que suponía su proyección desorbitada en un planeta donde los recursos son a la fuerza limitados. La polvareda que levantó en su época fue antológica y todavía resuena en los tiempos actuales. Son legión los que aún defienden un estatus de privilegio para nuestra especie, con profundas raíces en prejuicios religiosos, y se niegan a aceptar que somos, en términos biológicos, una auténtica plaga. Como todo el mundo sabe, Darwin, él mismo responsable de otra conmoción similar o todavía mayor, era un declarado seguidor de Malthus.

Más vale decirlo desde el principio: los centros de recuperación de fauna juegan un papel decisivo en la conservación de multitud de especies animales. Sobre todo en primavera y verano, cuando la temporada de cría genera de forma inevitable y espontánea un sinfín de huérfanos. Los centros que dependen de las administraciones públicas cumplen de oficio con este loable cometido. Pero los centros privados, con frecuencia gestionados por organizaciones no gubernamentales, tienen un mérito digno de ser reconocido. Se nutren de las cuotas de sus asociados, buscan recursos donde buenamente pueden y también reciben el apoyo de ayuntamientos y comunidades autónomas. Pero, a veces, no con la generosidad y la rapidez que sería deseable.

Cuando esta revista llegue a sus lectores, ya se habrán celebrado las segundas elecciones generales en el plazo de seis meses. Pero el cierre nos pilló en plena campaña electoral. Una de las lecturas positivas de este regreso a las urnas es que los partidos políticos parecen haber aprendido la lección y el medio ambiente empieza a aparecer en sus programas. En una reciente reunión celebrada con el sector de las energías renovables, los grupos ecologistas y las entidades de la sociedad civil, tanto PSOE y Unidos Podemos como Ciudadanos –el Partido Popular no quiso participar– presentaron sus propuestas para las elecciones del 26 J. Todos los partidos asistentes identificaron el proceso de transición energética basado en las energías renovables como la principal respuesta al cambio climático. Además, PSOE y Unidos Podemos reiteraron su propósito de cerrar las centrales nucleares.

Lobo en portada, amplio informe sobre turismo lobero y cita, nada casual, con la feria MADbird, que se celebra del 10 al 12 de junio en el corazón de Madrid y aborda precisamente nuevas formas de negocio relacionadas con la observación de fauna. Es muchísimo mejor el lobo como reclamo turístico que como especie cinegética y, además, va camino de generar más ingresos que su caza legal. El furtivismo, las batidas sañudas y los trofeos fraudulentos son otra historia. Una historia muy negra.

Doscientos osos, 300 manadas de lobo, 500 parejas de águila imperial... Son cifras que reflejan el tamaño actual de las poblaciones de nuestras especies más emblemáticas. Nos gustan los números redondos. El de más reciente difusión es un hito: 400 linces ibéricos dados a conocer con indisimulado orgullo por la Junta de Andalucía en un seminario internacional que tuvo lugar en Sevilla el pasado mes de abril. Pocas especies permiten presumir de tan indudable recuperación numérica, gracias sobre todo a la cría en cautividad y a la suelta constante de ejemplares. Nadie nos lleva la delantera en montar granjas de linces. Pero, ¿es suficiente con eso?

Esa fue, precisamente, la consigna más coreada el pasado 13 de marzo durante la gran manifestación de Madrid en defensa del lobo ibérico: “lobo vivo, lobo protegido”. Allí había de todo. Una Caperucita Roja dispuesta a cambiar el final del cuento. Una pancarta inspirada en los Beatles: “All you need is wolf”. El rock duro del grupo Platea como banda sonora. Un ambiente colorista y festivo. Mucha gente. Y también muchos perros, la versión doméstica de los lobos. Cuando los manifestantes aullaban en solidaridad con el lobo, los perros levantaban orejas y hocicos ante aquel griterío tan cercano a su propio lenguaje. Era la víspera del trigésimo sexto aniversario de la muerte de Félix Rodríguez de la Fuente y algunos proclamaban que sus lobos estaban a salvo. Otros, en contra de las fuertes campañas orquestadas por alcaldes y ganaderos, insistían en que Ávila es y será tierra de lobos; y Galicia, y Zamora, y Asturias… Pero el clamor era proteger al lobo. Evitar que se gestione a tiros. Que sea el malo de la película, un prejuicio ancestral que ya no se sostiene en la Europa del siglo XXI.

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