Junio - 2020 9 de mayo de 2025
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El lobo ibérico protagoniza la portada y muchas páginas interiores en este número de Quercus. Todos los años le prestamos cierta atención y no porque sea una apuesta segura en el quiosco, sino porque se lo merece. El lobo ha sido siempre noticia, aunque quizá nunca como ahora. Es obvio que la especie se recupera poco a poco de una persecución milenaria, que gana parte del terreno perdido y que su viejo antagonismo con el hombre del neolítico cobra nuevos bríos. Estamos inmersos en otra revolución tecnológica, la digital, y quizá haya llegado el momento de replantearse el papel del lobo, aunque sólo sea como sujeto informativo. Un tratamiento, por cierto, que tendrá hondas consecuencias en su conservación, lo que nos obliga a ser muy cautos. Sobre todo ahora que el lobo vuelve a copar la escena mediática aupado por los partidarios de resolver a tiros el conflicto social que siempre le acompaña.
Cuando aparezca este número de Quercus, es posible que miles de kilos de grano impregnado de bromadiolona hayan empezado a diseminarse masivamente por las llanuras castellanas. El único requisito que faltaba era la respuesta de un comité de expertos que asesora a la Junta de Castilla y León sobre el control de los topillos y dio su visto bueno el pasado 12 de febrero. Durante las semanas anteriores, quienes se oponen a esta ofensiva química lograron movilizar a sectores tan opuestos como ecologistas y cazadores. En una acción sin precedentes, las principales ONG conservacionistas del país y la Real Federación Española de Caza enviaron un informe conjunto a Miguel Arias Cañete, ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, y a Silvia Clemente, consejera de Agricultura y Ganadería de Castilla y León, con el ruego de que no incurrieran en los errores del pasado y buscaran alternativas para prevenir los daños causados por el topillo.
El pasado 15 de marzo, el Congreso de los Diputados aprobó la Ley de la Red de Parques Nacionales, que adapta la legislación española a las sentencias dictadas en su día por el Tribunal Constitucional sobre el reparto de competencias a la hora de gestionar dichos espacios protegidos. Las comunidades autónomas se harán cargo del funcionamiento cotidiano, mientras que el Ministerio de Medio Ambiente mantiene la tutela sobre la red y velará por el cumplimiento de su régimen jurídico de protección. Otra de las atribuciones que se reserva el ministerio que dirige Cristina Narbona será elaborar y someter a aprobación el Plan director de la red de Parques Nacionales, principal instrumento de planificación y gestión, en el que también podrán participar las comunidades autónomas. En cuanto a la estructura administrativa, la nueva ley habilita al Gobierno para transformar el actual Organismo Autónomo Parques Nacionales (OAPN) en una agencia estatal y mantiene la figura de los patronatos como foro de participación ciudadana, aunque ahora pasan a depender de las correspondientes comunidades autónomas. En cuanto a los fondos necesarios para costear la gestión de los parques, los gobiernos regionales tendrán que dedicarles partidas en sus respectivos presupuestos, aunque se han previsto varios mecanismos bilaterales y multilaterales de cooperación financiera. De hecho, en el año 2007 el Ministerio de Medio Ambiente aportará unos diez millones de euros a estos menesteres.
Tras la reciente declaración de Monfragüe, la red de parques nacionales cuenta con catorce espacios incluidos en tal categoría, el mayor rango de protección que otorga nuestro ordenamiento jurídico, pero apenas cubren el 0’6% del territorio español, lo que parece a todas luces insuficiente. Como ya hemos denunciado numerosas veces en Quercus, las carencias son flagrantes en lo que se refiere al medio marino.
Los principales grupos ecologistas han valorado positivamente la nueva ley, pero se mantienen expectantes ante una norma que aún se encuentra en fase de borrador y que se antoja asimismo decisiva. Se trata de la Ley de Protección del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, cuyo futuro ámbito de aplicación abarca todo el territorio nacional y que sustituirá a la ya histórica ley 4/89 de Conservación de los Espacios Naturales y de la Flora y Fauna Silvestres. Su principal baza es que antepone el derecho de las personas a disfrutar de un medio ambiente adecuando frente a los recientes abusos en materia de ordenación territorial y urbanística, al tiempo que adopta el principio de precaución ante cualquier iniciativa que pueda comprometer tanto a especies protegidas como a espacios naturales relevantes.
Como es obvio, ambas leyes serán decisivas para la conservación de la naturaleza en nuestro país y ahora sólo falta confiar en su cumplimiento estricto, algo que no siempre ocurre. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en las páginas de este número de Quercus, donde queda claro que la proyectada estación de esquí en los valles vecinos al puerto de San Glorio es incompatible con su población de oso pardo. Conviene recordar que la zona afectada forma parte de un espacio protegido, el Parque Natural de Fuentes Carrionas, y que fue preciso una artimaña legal para modificar el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales (PORN) y meter con calzador una estación de esquí que contradice los criterios que aconsejaron preservarlo.
Allá por el año 2003 asistíamos impotentes a una devastadora mortalidad entre los buitres asiáticos, tan rápida y masiva que a punto estuvo de provocar la extinción de varias especies. Aquel año contábamos en Quercus cómo un equipo científico dirigido por J. Lindsay Oaks, de la Universidad de Washington, había señalado al diclofenaco como el causante de ese espectacular declive de las rapaces necrófagas, sin precedentes en nuestros tiempos por su amplitud y velocidad.
Puede que el nombre de diclofenaco no diga mucho a la mayoría de las personas, aunque está más cerca de nuestras vidas de lo que pensamos. Es, por ejemplo, el principio activo de un fármaco tan común como el Voltaren. Aunque se considera inocuo para las personas y el ganado, el problema surgió cuando los buitres se alimentaron de reses que habían sido tratadas con diclofenaco, cuyo uso veterinario estaba muy extendido en países como India, Pakistán y Nepal. Ahora ya sabemos que ese fármaco causa graves fallos renales en las aves carroñeras.
Es estimulante ver cómo cada vez más las ONG ecologistas crean alianzas entre ellas para enfrentarse a problemas puntuales, pero que atañen a todas aquellas que se unen en un momento dado para actuar. Qué mejor ejemplo que la acción conjunta de las llamadas “cinco grandes”: Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción, Greenpeace, SEO/BirdLife y WWF España. Son ya todo un lobby que hace bien en prodigarse como tal en los tiempos que corren, en los que comprobamos día a día cómo mucho de lo logrado durante décadas en materia medioambiental se frena o retrocede.
Eso de que la unión (ecologista) hace la fuerza lo acabamos de ver en la regulación de la llamada justicia gratuita, objeto de un proyecto de ley recientemente aprobado por el Gobierno. En un principio, en la futura normativa no se iba a contemplar ese beneficio para las asociaciones de defensa del medio ambiente, cuando hay en cambio otros sectores de la sociedad civil que sí lo iban a disfrutar en consideración a su labor altruista. Afortunadamente, la presión de las “cinco grandes” ha sido definitiva para que Alberto Ruiz-Gallardón, ministro de Justicia, rectifique.
Era un secreto a voces, pero no por ello su designación como candidato del PP a las elecciones europeas ha impedido que se disparasen los balances sobre el papel de Miguel Arias Cañete al frente del ministerio que está a punto de abandonar. Ya sabíamos que iban a ser otras sus prioridades y que se sentía más cómodo en lo agrario y en lo alimentario. El propio ministro confesó en varias ocasiones que las competencias ambientales le habían caído más como una obligación que como una devoción. Pero lo que no podíamos imaginar es la magnitud de la parálisis e incluso del retroceso que se ha producido durante sus más de tres años al frente del ministerio. Sobre todo en lo que se refiere a garantías ya consolidadas –y duramente ganadas– relativas a la protección y la gestión de nuestros recursos naturales. Las ONG ecologistas no se muerden la lengua y hablan de toda una batería de medidas legales que ha impulsado con el objetivo de mercantilizar bienes básicos como el agua, el suelo y la biodiversidad, por mucho que el discurso oficial hable de fortalecer la economía y crear empleo. Por lo visto, también vivíamos ambientalmente por encima de nuestras posibilidades.
La Estación Biológica de Doñana (EBD) fue creada en 1964 por José Antonio Valverde, así que este año celebramos su quincuagésimo aniversario. No es que seamos unos fanáticos de las cifras redondas, pero tampoco desaprovechamos las oportunidades que brindan ciertos acontecimientos para mostrarnos agradecidos, sobre todo cuando se trata de un cumpleaños feliz. Cualquier colectivo humano genera luces y sombras a lo largo de un periodo de tiempo tan dilatado, pero nadie negará que el balance de estas cinco décadas sólo puede calificarse de brillante. Lo que empezó siendo una benemérita cabezonada personal, un fiel reflejo de la Estación Biológica de la Tour de Valat, en la Camarga francesa, se ha convertido hoy en un centro de referencia, con no pocos investigadores de prestigio internacional. España, tan indolente en otras ramas de la ciencia, tiene un considerable peso específico en ecología evolutiva y biología de la conservación, disciplinas canónicas en la EBD.
Se acabaron las excusas y las dilaciones. Una sentencia del Tribunal Supremo hecha pública el pasado 21 de marzo confirma lo que ya era del dominio público: el hotel de El Algarrobico es una obra ilegal, que afecta a terrenos protegidos del cabo de Gata y lo mejor sería demolerlo sin pérdida de tiempo. Una señal inequívoca de que la justicia se ha pronunciado con toda claridad es la reacción del ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete, que no ha tardado en quitarse el mochuelo de encima y endilgarle a la Junta de Andalucía la responsabilidad del derribo.
Dos de sus predecesoras en el cargo ya intentaron sin éxito resolver el conflicto, Cristina Narbona y Rosa Aguilar. Respecto a esta última, que había llegado a un acuerdo con el Gobierno andaluz para compartir los gastos de la demolición, Arias Cañete se ha mostrado incluso grosero: “nosotros acataremos las resoluciones judiciales, pero la administración competente es la Junta de Andalucía, pese a lo que haya dicho alguna ex ministra de Medio Ambiente cuyos conocimientos jurídicos son bastante limitados”. Está claro que no cabe esperar ningún empujoncito por parte de la Administración central para derruir de una vez por todas esa aberración urbanística. Se lo impide su ideología ultraliberal, su enfrentamiento abierto con una comunidad autónoma que ya no podrá gobernar el Partido Popular y, por si faltaran razones, los recortes presupuestarios que el Gobierno aplica con la excusa de la crisis económica.
Otro que ha quedado en una situación bastante airada es el alcalde de Carboneras, Salvador Hernández, un independiente que gobierna la corporación municipal con apoyo del PP. Ha hecho lo imposible por legalizar lo ilegalizable y aún se encastilla en un par de resoluciones judiciales pendientes. Cualquier cosa antes de admitir que la licencia de obras otorgada en su día para construir el hotel es contraria al actual ordenamiento jurídico. Como, de hecho, se ha encargado de aclarar el Tribunal Supremo.
Por su parte, la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía sí que ha admitido que era ilegal el intento de modificar el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales (PORN) del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, lo que habría permitido construir en la playa de El Algarrobico, así que ha vuelto a proteger esos terrenos como “no urbanizables”. En otras palabras, un galimatías legal y político que parece ir aclarándose con la sentencia del Tribunal Supremo y que habría tomado un cariz muy distinto si el Partido Popular hubiera alcanzado la mayoría absoluta en las elecciones andaluzas del pasado 25 de marzo.
Ahora sólo falta que el Ministerio Fiscal tome cartas en el asunto y exija al Ayuntamiento de Carboneras que cumpla las resoluciones judiciales. Sería un paso más hacia la demolición de El Algarrobico, un símbolo del urbanismo especulativo que tanta destrucción ha sembrado en el litoral español. Y un bonito regalo de cumpleaños para el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, que celebra su vigesimoquinto aniversario en 2012.
Trasvase de votos
contra el PHN
El cierre de este cuaderno de Quercus ha coincido con días cruciales para la reciente historia de España, marcados por la barbarie de los atentados del 11 de marzo en Madrid. También por el desenlace de unas elecciones generales, tres días después, resueltas con una victoria socialista contra todo pronóstico que tiene, cómo no, una lectura medioambiental.
Parece obvio que se supera una trayectoria de desencuentros y crispación entre las Administraciones competentes del Gobierno saliente y el mundillo científico y conservacionista sin precedentes. El trasvase del Ebro es sin duda el asunto más ilustrativo de un clima muy trabado por el empeño obsesivo de un ministerio auto-denominado “de medio ambiente” por sacar adelante el Plan Hidrológico Nacional (PHN).
La misión encomendada a los sucesivos ministros del ramo ha sido vender como fuente de riqueza y progreso esta obra monumental, desacreditada como antítesis del desarrollo sostenible por expertos, ecologistas y buena parte de la población de las regiones donantes. Alertada por este clamor contrario al trasvase, la Comisión Europea está estudiando con lupa la petición de fondos comunitarios por parte de nuestra autoridades para financiar nada menos que la tercera parte del coste del proyecto.
Falta aún una decisión definitiva al respecto, pero se ha filtrado un informe de los servicios técnicos de Bruselas –del que nos hacemos eco en la página 66– que desaconseja subvencionar a España para este fin, por considerarlo un derroche de dinero y un despropósito medioambiental. Lo que no ha impedido que las obras del proyecto hayan empezado a ser adjudicadas y los fastos preelectorales se hayan visto adornados por las inauguraciones anticipadas de varios tramos del trasvase.
Al día siguiente de las elecciones, Ecologistas en Acción llamó la atención de la opinión pública sobre el apoyo de los votantes a la gran mayoría de los partidos políticos que han incluido en sus programas electorales la oposición a la megalomanía hidrológica del Partido Popular. PSOE, Izquierda Unida, Esquerra Republicana de Catalunya, Chunta Aragonesista e Iniciativa per Catalunya Verds, que han participado activamente en las movilizaciones ciudadanas de los últimos años contra el PHN, y especialmente contra el trasvase del Ebro, suman ahora 178 diputados, con lo que superan la mayoría absoluta. Pero es que además otras formaciones como Convergència i Unió han condicionado su apoyo al próximo Gobierno al rechazo del trasvase. Esperemos ahora que los socialistas cumplan su compromiso de retirar la polémica obra.
Con frecuencia, imbuidos como estamos en nuestros problemas cotidianos, tenemos una visión muy cicatera del mundo, demasiado “provinciana”. Por eso nos parece fascinante que haya compatriotas ocupados en trabajos tan peregrinos como proteger los arrozales de los Bijagó en Guinea-Bissau o en proporcionar un combustible más barato y menos contaminante a los habitantes de Kivu Sur, en la República Democrática del Congo. Y, ¿por qué prestamos atención a estos dos proyectos aislados? ¿No forman parte, acaso, de esa cooperación internacional que ya damos por aceptada en los países occidentales? ¿Qué pintan en este número de Quercus? Pues pintan y mucho. En el archipiélago de las Bijagós, o Bidyogo, situado frente a las costas de Guinea Bissau, existe una pequeña población de hipopótamos que, dado su emplazamiento, ha desarrollado hábitos cuasi marinos. Unos 150 ejemplares frecuentan manglares y lagunas costeras, donde suelen descansar durante las horas calurosas del día, para alimentarse en tierra firme al caer la noche. Pero entonces lo que encuentran más a mano son los cultivos de arroz de los Bijagó y ya tenemos planteado el conflicto entre una especie silvestre y una actividad productiva. Es aquí donde entra en escena ese grupo de biólogos y naturalistas que, financiados por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), han probado un ingenioso sistema para impedir que los hipopótamos marinos destruyan los arrozales. La técnica consiste en adaptar los populares “pastores eléctricos”, habituales en nuestros campos para evitar que se desmande el ganado, al caso africano (págs.14-21). Ahora que se ha probado con éxito parece fácil, pero había que caer en ello.
El otro proyecto consiste en ofrecer a los habitantes de Kivu Sur un combustible barato y fácil de conseguir, que les evite largos desplazamientos hasta las zonas forestadas y, sobre todo, ayude a preservar el hábitat boscoso de gorilas y chimpancés. Miembros del Proyecto Gran Simio (PGS) se han trasladado hasta allí para montar cinco máquinas prensadoras de briquetas y enseñar su funcionamiento a los congoleños (págs. 54-55). Las briquetas se fabrican con serrín, papel y subproductos agrícolas, son tres veces más baratas que el carbón vegetal y disuaden de penetrar en las zonas donde viven los primates. En el Hospital General de Bukavu, los encargados de la prensadora son adolescentes rescatados de la calle y su trabajo permite, no sólo preparar la comida de los niños ingresados en el hospital, sino comercializar los excedentes. Otra cosa sencilla en la que era preciso reparar.
Qué contraste tan violento con los mal llamados “Acuerdos de Asociación Económica” (EPA en sus siglas inglesas) que la Unión Europea trata de imponer a los países de África, Caribe y Pacífico (ACP). Varias organizaciones ambientales y sociales convocaron en su día movilizaciones para detener estos tratados de libre comercio, muy perjudiciales para los países de economía más débil. En palabras de Ecologistas en Acción, una de las organizaciones implicadas, vienen a perpetuar “la dominación que ha provocado la actual crisis económica, alimentaria, energética y climática”. Está visto que no hay más que dos mundos: uno viciado por la codicia humana y otro más humilde, ingenioso y solidario.
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